Madrid Curioso — 7 noviembre, 2017 at 5:44

El Levantamiento del 2 de Mayo en Madrid

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El levantamiento del 2 de mayo de 1808 es probablemente el acontecimiento histórico más importante que ha tenido lugar en nuestra ciudad. Fue el que marcó el inició de nuestra Guerra de Independencia contra los franceses, el que inició el proceso de Juntas Revolucionarias que acabaron en las Cortes de Cádiz y su Constitución de 1812 (La Pepa). Y sin duda, es un día de orgullo para todos los madrileños por lo que significó: lucha por la libertad y el honor. Por eso, en este artículo explicaremos todo lo que sucedió ese día en Madrid, las razones de ello y sus consecuencias inmediatas.

ANTECEDENTES

A principios del siglo XIX reinaba en España Carlos IV como monarca absoluto, pero el poder efectivo lo ejercía su ministro, generalísimo y “Príncipe de la Paz”, Manuel Godoy. Este personaje era un advenedizo, sin experiencia política alguna y que con poco más de 25 años recibió el máximo cargo gracias a su buena relación con la propia Reina. Desde el principio recibió la oposición y envidia de amplios sectores de la sociedad (desde los nobles y la Iglesia hasta el pueblo llano), y esto se acentuó después de la adopción de algunas medidas demasiado liberales y algún que otro desastre militar.

En Europa dominaba de forma omnipotente Napoleón Bonaparte, que controlaba directa o indirectamente casi todo el Continente. Solo Gran Bretaña se le oponía. Trató de vencerla con un ataque naval, con ayuda española, pero aquello acabó en desastre (Batalla de Trafalgar). Así que utilizó otra táctica: un bloqueo continental. Se basaba en vetar la entrada de productos británicos a Europa y así asfixiarlos económicamente hasta que tuvieran que rendirse a Napoleón. Pero Portugal, aliado británico, rompía el bloqueo, y había que conquistarlo. Y para ello la única manera era pasar por territorio español.

Palacio Real de Madrid
Palacio Real de Madrid

Mediante el Tratado de San Ildefonso se estableció que las tropas francesas pudieran pasar por territorio español y a su vez unirse a tropas españolas para la conquista de Portugal. Pero tenía truco. Empezaron a entrar tropas francesas sin previo aviso ni consentimiento español. Luego empezaron a dirigirse otras tropas francesas a zonas tan alejadas de Portugal como Sevilla, Valencia, Bilbao, Girona… y a tomar posiciones en estas ciudades. Acabaron con todas las existencias de los pueblos por los que pasaban cuando la condición era que trajeran sus propios recursos. Y Godoy se dio cuenta, aunque tarde, de que era una ocupación en toda regla. Así pues, cogió a la Familia Real y la llevó a Aranjuez, para desde allí dirigirse a Sevilla, luego Cádiz y finalmente partir hacia la América española e iniciar desde allí, seguros, la reconquista.

Con lo que no contaba era con que el propio Príncipe, futuro Fernando VII, montó un golpe de Estado contra Godoy y contra su propio padre, el Rey, que acabó cediéndole su Corona (Motín de Aranjuez). Una vez en el trono, Fernando se dirigió hacia Madrid para ser reconocido como rey por el lugarteniente de Napoleón, el mariscal Murat. Este, dijo no tener autoridad para ello y le remitió a una entrevista con el propio Emperador, al principio en Madrid, luego en Burgos, luego Vitoria y finalmente Bayona, en territorio francés. Por segunda vez los españoles cayeron en las trampas francesas y tuvieron lugar las Abdicaciones de Bayona: Napoleón obligó a Fernando VII a devolver el trono español a su padre Carlos IV; Carlos IV se lo entregó a Napoleón; y este a su vez se lo regaló a su hermano José Bonaparte, nuestro José I, más conocido como Pepe Botella.

LOS DÍAS PREVIOS

Mientras sucedían las Abdicaciones de Bayona, el pueblo madrileño y español era ajeno a todo este tejemaneje. Las autoridades españoles habían dejado claro que los soldados franceses eran nuestros aliados y el propio Fernando VII estaba convencido que solo estaban en España para asegurarle a él su trono, lo cual demuestra su nivel de inteligencia. Es obvio que Napoleón conocía los problemas internos de España y más aún las desavenencias dentro de la familia real española, y supo aprovechar perfectamente la situación. No obstante, al principio, como decimos, el pueblo vivía ajeno a todos estos líos e incluso recibieron en Madrid a los franceses con vítores y flores. Pero esto cambió poco tiempo después.

A los héroes populares del 2 de mayo de 1808
A los héroes populares del 2 de mayo de 1808

Hay que pensar que Madrid en 1808 tenía alrededor de 200.000 personas, y que los soldados franceses que se asentaron en Madrid (ya sea en la propia ciudad o sus cercanías) no eran menos de 50.000. La convivencia poco a poco se fue erosionando, en parte por el vacío de poder español ante la ausencia de sus reyes (que fue ocupado de facto por el propio Murat), en parte por las necesidades de aprovisionar a los franceses a costa de los madrileños  y en parte por la actitud prepotente de los propios soldados franceses. Se cerraron las tabernas oficialmente a las ocho de la tarde en todo Madrid (¿os lo imagináis hoy en día?) y solo se abrían más tarde para los franceses. Estos además exigían pasar gratis a todos los espectáculos de la ciudad: toros, teatro, bailes… Exigían no pagar nada de lo que consumían. Y todo acabó como debía acabar: un par de soldados franceses muertos por aquí, otro par heridos, muchos tumultos y sobretodo mucha represión por parte de Murat, que contestaba todo ataque a un francés con varias penas de muerte y ajusticiamientos.

A los héroes populares del 2 de mayo de 1808
A los héroes populares del 2 de mayo de 1808

Por esto sucedió el 2 de mayo. Pero a diferencia de lo que se piensa no fue un movimiento espontáneo ni mucho menos. Por un lado, se conocen reuniones y acuerdos entre oficiales españoles para llevar a cabo una rebelión contra los franceses, con nombres tan destacados como los de Daoíz y Velarde. Por otro, se conoce la actuación de agitadores profesionales que ya habían azuzado a la población en el Motín de Aranjuez, y que casualmente estaban en Madrid en el lugar y en el momento indicado. Y por último, el propio Murat tenía su plan al respecto: provocar un tumulto por parte madrileña para llevar a cabo una dura represión y dar una lección a los madrileños para que no volvieran a dar problemas. Pero la cosa se le fue de las manos, como veremos a continuación.

¡SE LLEVAN A LOS INFANTES!

El día 2 de mayo de 1808 era lunes y, como todo día laborable en aquella época, los alrededores del Palacio Real eran un trasiego de gente que iba y venía. A esto debe sumarse que el espacio que hoy ocupa la Plaza de Oriente estaba copado de un montón de edificios (la Casa del Tesoro, Cuarteles, Huertas, la Biblioteca Real, edificios privados…) con lo que la distancia entre la fachada del palacio real y dichos edificios era de apenas 10 o 15 metros. Y en esa mínima explanada es donde saltó la chispa y comenzó el enfrentamiento entre franceses y españoles. Y Murat lo observaba todo desde su puesto privilegiado, el antiguo Palacio de Grimaldi, un edificio de ladrillo que hoy se encuentra anejo al Senado en la propia Calle Bailén.

Palacio de Grimaldi o Godoy
Palacio de Grimaldi o Godoy

Todo empezó cuando un primer carruaje se situó en la puerta principal de palacio, a eso de las 8:30 de la mañana, y a él subieron la Reina de Etruria (esposa de Carlos IV) y dos de los infantes. La gente que había en la explanada de Palacio no pasó desapercibido este hecho. Pero más grave fue cuando apenas una hora después se situó un segundo carruaje. En ese momento apareció un personaje llamado José Blas Molina, cerrajero de profesión y agitador de afición (participó muy activamente en el Motín de Aranjuez), el cual se acercó con una partida de paisanos y comenzó a intrigar. De repente, desde una balconada del palacio empezaron a salir gritos: “¡Se llevan a los infantes, se llevan a la familia real, pueblo de Madrid no lo permitáis!”. Era Rodrigo López de Ayala, mayordomo de palacio. Estos fueron repetidos a modo de eco por José Blas Molina y sus secuaces y en un instante la explanada se llenó de madrileños cada vez más hostiles. El plan de Murat de sacar al resto de la familia real del Palacio y llevarla a Bayona, para evitar así cualquier conato de reivindicación sobre el trono español que ya poseía el francés José I, estaba funcionando como él deseaba.

Palacio Real de Madrid
Palacio Real de Madrid

Pero alguien de palacio deseaba calmar las aguas y se decidió que saliera el infante Francisco de Paula, el único miembro de la familia real que quedaba, a uno de los balcones y tranquilizara a la población. Error. El pobre niño, un preadolescente, estaba enfermo de paperas según se dice, y blanquecino y febril no pudo apenas argumentar palabra antes de caer al suelo y ser arrastrado de nuevo al interior por dos franceses. Más leña al fuego. Al momento siguiente, un grupo de madrileños comenzó a atacar a un coracero francés a caballo que atravesaba la plaza. Dos soldados de la Guardia polaca (ejército francés de elite), con mucho esfuerzo, consiguieron salvarlo y llevarlo al interior de palacio. Pero la mecha ya había prendido, y los españoles atacaban con lo poco que tenían (palos, piedras, picos…) a cada francés que tenían cerca.

Aquello fue una masacre, ya que empezaron a aparecer fusileros franceses que disparan sobre la masa madrileña sin discernir entre hombre, mujer o niño. Aun así, los madrileños se mantuvieron unos minutos en lucha hasta que oyeron ruidos atronadores que venían de ambos flancos: cañones. Los franceses colocaron dos cuerpos de artillería que llegaron desde la Cuesta de San Vicente y desde la Cuesta de la Vega e hicieron fuego sobre los madrileños que aún quedaban en pie entre la explanada de palacio y la plaza de la Armería. Obviamente, al oír los cañones, muchos de ellos ya habían huido, y el resto que sobrevivió a las primeras descargas lo haría poco después. ¿Hacia dónde? Donde se pudiera, entre callejuelas, por callejones, en puertas que se abrían a su paso y se cerraban para los franceses.

VIRGEN DE ATOCHA, DAME UN TRABUCO, PARA MATAR FRANCESES Y MAMELUCOS

El levantamiento había sido repelido en la explanada de palacio, pero esto no había hecho más que comenzar, ya que rápidamente se extendió por toda la ciudad una sola orden popular: ¡A las armas contra los gabachos! En los primeros momentos del levantamiento tuvo lugar el mayor número de bajas entre los franceses, ya que se dirigían hacia sus cuarteles y eran cogidos desprevenidos por grupos de madrileños que se ensañaban con ellos hasta matarlos. El propio hijo del General Legrange murió acudiendo a su cuartel cuando le arrojaron una maceta desde un piso superior. Pero una vez organizados los franceses ya fue más difícil, y la lucha de guerrilla por parte española era su único modo de supervivencia. Los escenarios de la lucha se multiplicaron por toda la ciudad, pero cabe mencionar algunos cuanto menos curiosos.

Algunos de los primeros paisanos que huyeron de la explanada de palacio callejearon hasta llegar a la Plaza de Santiago, junto a la Iglesia. He aquí que ese mismo día unos albañiles estaban reparando el tejado de la iglesia y, al ver correr a madrileños y detrás a los soldados franceses, decidieron actuar. Empezaron a arrojarles todo lo que tenían a mano: tejas, piedras, martillos, clavos… E hicieron dividirse en dos al cuerpo de ejército: unos siguieron a los paisanos hasta la Plaza Mayor y otros entraron en la Iglesia y arrasaron con todo lo que pillaron a su paso hasta acceder al tejado. Una vez allí, capturaron a cuatro de los albañiles que les habían atacado y que terminarían siendo fusilados el día 3 de Mayo en la Montaña de Príncipe Pio; un quinto huyó milagrosamente saltando a una casa vecina, y es quien contó la historia.

Monumento a los Héroes del 2 de Mayo de Aniceto Marinas
Monumento a los Héroes del 2 de Mayo de Aniceto Marinas

También se sabe que en las cocinas del Hospital General (actual Museo Reina Sofía), unos cocineros pusieron en jaque a todo un regimiento de soldados franceses, que a duras penas pudieron capturarles, una vez reducidos y salvando las cuchilladas certeras que les salían por todas partes. Y también las mujeres tuvieron un papel muy destacado. Un grupo de trabajadoras del mercado de pescados que había en las cercanías de la actual Puerta de Toledo vio llegar a un cuerpo de caballería francés que venía desde los Carabancheles. Sin pensarlo dos veces, y con una cuchillita con la que abrían las tripas a los pescados como única arma, se enfrentaron a los jinetes y causaron estragos entre ellos. Al paso de los caballos se agachaban y con su navaja le abrían las tripas a los caballos que caían espatarrados, y una vez en el suelo atacaban con fiereza a los jinetes. Todo el mundo quería unirse a la rebelión, e incluso los presos de la Cárcel de Corte (actual Ministerio de Asuntos Exteriores), pidieron permiso para salir de la misma y combatir. Se les concedió, lógicamente, con la promesa de regresar a sus celdas una vez acabada la contienda. Salieron 102; regresaron 99 y 2 fueron heridos y murieron en los días posteriores. Del otro que faltaba nunca se supo nada…

Sucesos del 2 de Mayo de 1808
Sucesos del 2 de Mayo de 1808 en la Puerta del Sol. Foto de memoriademadrid.es (Tomás López Enguídanos)

Pero casi todo el grueso de madrileños que venían de palacio acabó en la calle Mayor y allí se encontraron con cuerpos de ejército francés que venían desde la Cuesta de la Vega, y los empujaron, inevitablemente, hacia la Plaza Mayor y hacia la Puerta del Sol. En la Plaza Mayor les esperaban más soldados franceses que les recibieron a balazos, pero a su vez estos franceses debían defenderse de los disparos certeros de francotiradores españoles, nobles en su mayoría (y por tanto expertos cazadores) que desde los balcones de la Plaza les atacaban. En un primer momento el ataque de los madrileños hizo retroceder a los franceses, y la plaza fue tomada. Pero con la llegada de la artillería, los gabachos volvieron a recuperarla y a su vez la masa de paisanos huyó de nuevo, irremisiblemente, hacia la Puerta del Sol, la cual sería para la mayoría su matadero.

Puerta del Sol
Puerta del Sol

LA FAMOSA CARGA DE LOS MAMELUCOS

Uno de los cuadros más famosos de nuestra historia y de la historia del arte en general, es la famosa “Carga de los Mamelucos” de Francisco de Goya. Se dice que el mismo pintor fue espectador de aquellas dantescas escenas, aunque es casi seguro que no las pudo ver en primera persona y las pintó solo de oídas (a pesar de ser sordo). Sea como fuere, se representa con una crudeza, fuerza y realismo como nunca antes se había visto una escena que sucedió sobre las 12h de la mañana en nuestra Puerta del Sol. Debe apuntarse de nuevo que la morfología actual de la Puerta del Sol se debe, en su mayor parte, a una reforma de 1856. Así pues, el espacio en el que se desarrolló la escena que narraremos no ocuparía más que el cruce de las cuatro calles principales: Mayor, Alcalá, San Jerónimo y Arenal. Un terreno muy largo y a la vez muy estrecho, ideal para el desarrollo de la caballería.

Cuando iban llegando los madrileños, provenientes de la Calle Mayor principalmente, los soldados franceses apenas les atacaban. La orden fue la siguiente: azuzar a los rebeldes hasta empujarlos al centro de la plaza y contenerlos allí. ¿Hasta cuándo y para qué? Hasta que llegara la caballería. Desde la Calle Mayor llegaron los mamelucos (soldados musulmanes que provenían de Egipto y eran conocidos por su despiadada agresividad) y desde la Calle Alcalá los polacos (caballería de élite compuesta por nobles en su mayoría). Desde sus posiciones, las dos caballerías iniciaron rápidos cruces, sable en mano, y arrasaron sobre la masa informe de madrileños que no podía hacer otra cosa que aguantar el embate de la mejor manera posible: con más suerte los que habían conseguido un fusil y se colocaron en retaguardia que los que tan solo tenían algún arma blanca (y alguno sin armas incluso) y se colocaban en primera línea.

El resultado fue el esperado. Después de varios ataques de un lado a otro de ambos cuerpos de caballería, en el centro de la plaza solo quedaba un montón ingente de cadáveres, cientos de muertos y heridos bien por los sablazos, bien por la fusilería francesa, o los más por aplastamiento de los caballos o de sus propios compañeros. Los pocos que se salvaron fueron ajusticiados en las tapias del cercano Hospital-Convento del Buen Suceso después de juicios rápidos, en los que solo se les interrogaba en francés. Algunos con más suerte lograron esconderse en casas de la propia plaza o se escaparon entre las callejuelas aledañas. Pero la mayoría, es difícil calcular el número (varios cientos), pereció allí mismo, a las puertas de la Casa de Correos (actual sede de la Comunidad de Madrid).

¡ACASO DE NO TENÉIS SANGRE EN LAS VENAS!

A las 14h un bando, firmado de forma conjunta por las autoridades francesas y españolas (Murat y O´Farrill, que era quien dirigía la Junta Militar que dejó Fernando VII), decía que todo había acabado. Pedía a los españoles que se abstuvieran de salir a la calle, a los pocos que aun luchaban que depusieran sus armas y se entregaran, y prometía que no habría represalias. También amenazaba a todo aquel que aun tuviera una actitud hostil y prohibía portar cualquier objeto “susceptible de ser un arma”. En esta categoría, como luego se comprobó con las detenciones, entraban desde palos y cuchillos, hasta una navaja de barbero, unas tijeras de costurera o unas simples botellas de leche que el repartidor no pudo llegar a entregar a su destino. Pero no todo había acabado, aún faltaba la traca final.

Un capitán del regimiento de voluntarios del Cuartel de San Bernardo, Pedro Velarde, exigió a su coronel que salieran las tropas españolas a luchar del lado del pueblo y contra los franceses. Ante la negativa de éste, el propio Velarde junto con 12 compañeros suyos (entre ellos el famoso Teniente Ruiz), decidieron desobedecer las órdenes (la Junta Militar había mandado que todos los soldados españoles permanecieran en sus cuarteles, pasara lo que pasara) y salieron en busca de greña. Se dirigieron al cercano cuartel de Artillería de Monteleón (justo en la actual Plaza del 2 de Mayo), donde podrían unirse a más soldados y sobretodo acceder a las armas. Al llegar se encontraron gran tumulto en la puerta, ya que nuestro amigo, José Blas Molina, “el revoltoso”, había tenido la misma idea al parecer. Pretendía que se armara al pueblo, ante lo que el capitán al mando, Luis Daoíz, se negaba. Además, como en muchos otros cuarteles, Murat tuvo la hábil idea de juntar soldados franceses y españoles en paridad, en este caso unos 100 de cada país.

Todo le decía a Luis Daoíz que no debía unirse a la rebelión: las órdenes de sus superiores, el peligro de un pueblo desbandado armado (aun estábamos en el Antiguo Régimen), el cuerpo de soldados franceses que tenía a su lado, la masacre que ya se había llevado a muchos madrileños y que parecía del todo imposible vencer a los ejércitos napoleónicos. Y en principio se negó a luchar. Pero Pedro Velarde le exhortó con palabras parecidas a las siguientes: “¿Es que no tiene usted sangre en las venas? ¿No siente correr la sangre de miles de madrileños por las calles?”. Y momentos después ya estaban nuestros dos héroes, conjurados, tal como aparecen en el monumento que campea la plaza, para luchar hasta la muerte en pos de una victoria inalcanzable. Apenas 150 soldados y algo más de 500 paisanos con escasa formación militar el que más.

Instantes después se animó a los franceses a quedarse en las bodegas con el pretexto de calmar al pueblo que se agitaba a las puertas del cuartel, y una vez entraron en ellas se les encerró; un problema menos. A continuación se armó al pueblo y se prepararon para la defensa a sangre y fuego del cuartel. Una primera fuerza francesa llegó a sus inmediaciones y fue repelida de forma rápida. Poco después llegó un regimiento entero francés (más de 2000 soldados), y con bandera blanca su general al mando se acercó a negociar la rendición del cuartel. Daoíz y Velarde, al ver la bandera, se aprestaron a salir y escuchar al menos a los franceses. Pero desde dentro alguien debió pensar: “¡Y una mierda rendirse!” y comenzaron a hacer fuego con toda la artillería sobre los incautos franceses que fueron totalmente derrotados.

Daoíz y Velarde
Monumento a Daoíz y Velarde en la plaza del Dos de Mayo

Al ver que no se finalizaba el conflicto en este punto de Madrid, Murat mandó finalizarlo de forma abrupta: más de 6000 soldados dirigidos por el General Legrange (especialmente cabreado por la muerte de su hijo) se plantaron en las inmediaciones de Monteleón y comenzaron el ataque. Los madrileños se defendieron con mucha maña y pudieron aguantar con bastante entereza hasta que empezaron a escasear las municiones. En ese momento todo estaba perdido. El teniente Ruiz había sido herido al comienzo de la refriega, el capitán Velarde sufrió varias heridas casi simultáneas y murió instantes después, y el capitán Daoíz, estaba bastante deteriorado debido a varios impactos de metralla en partes no letales de su cuerpo. Viendo la situación así, Daoíz decidió salir y negociar con Legrange, no ya su rendición ni su propia suerte, si no la de los civiles que habían luchado junto a él. Le pidió que todos los civiles fueran perdonados y los militares juzgados y trasladados a campos de prisioneros. Pero el general francés no estaba para negociaciones: mató a Daoíz con la propia espada que éste le ofrecía en símbolo de rendición, desnudó los cuerpos de Daoíz y Velarde y los mandó arrastrar por las calles y fusiló a todo aquel que estuviera en las inmediaciones del cuartel de Monteleón aquel fatídico día.

LO QUE VINO DESPUÉS DE LA TORMENTA: FUSILAMIENTOS Y EL BANDO DE LOS ALCALDES DE MÓSTOLES

Ese mismo día 2 de mayo se comenzó a fusilar a todo aquel que hubiera tenido que ver en el Levantamiento. En contra de lo dicho en el bando de las dos de la tarde, la represión fue terrible y duró hasta varios días después. E incluso se condenó a muerte a gente que ni siquiera había estado ese día en Madrid. El cuadro de Los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, vuelve a ser el mejor referente para entender toda la crudeza del asunto. Pero a ello debemos sumar que no se permitió recoger los cadáveres a los familiares hasta dos semanas después, para que se descompusieran y olieran más y causaran gran impresión. Por esta parte Murat había ganado. Quería una gran muestra de fuerza hacia el pueblo de Madrid y la había obtenido con creces.

Las cifras de muertos y heridos bailan demasiado como para hacer referencia a ellas. Esto se debe a que al principio ningún madrileño quería reconocer que un familiar suyo había participado en el Levantamiento; y cuando volvió Fernando VII al trono e instituyó una pensión vitalicia para familiares, todo el mundo tenía un tío, un padre o una sobrina que había participado en este día glorioso (un capítulo aparte merece la controvertida Manuela Malasaña). Y Murat falseó evidentemente los datos de bajas francesas cuando envió su informe a Napoleón, puesto que no podía admitir que hubiera perdido a tantos contra un populacho “dócil y aborregado” como el español.

Monumento al Teniente Jacinto Ruiz Mendoza
Monumento al Teniente Jacinto Ruiz Mendoza

Sin embargo, de toda aquella masacre pudo salir algo muy positivo. Un notario, alto cargo de la administración, Juan Pérez Villamil, llegó a la por entonces pequeña villa de Móstoles, apenas 18 kilómetros distante de la capital, y se reunió con sus alcaldes, Andrés Torrejón y Simón Hernández. Les contó lo sucedido en Madrid y entre los tres redactaron el renombrado Bando de los alcaldes de Móstoles. Dicho texto es tan importante porque muestra las tropelías de los franceses en Madrid y anima a los españoles a levantarse contra ellos y a favor del rey legítimo, Fernando VII. Pero, sobre todo, significa en esencia la primera declaración de guerra oficial contra los franceses por parte de una autoridad española. Se extendió como la pólvora por todo el territorio nacional, fue el modelo para similares declaraciones por parte de todas las juntas provinciales españolas y marcó el inicio de la Guerra de Independencia. Pero esto ya es otra historia.

Por hoy nos daremos por contentos con haber relatado de la mejor manera posible todo lo sucedido el 2 de mayo de 1808 en Madrid, dándole su contexto apropiado para entender mucho mejor nuestra historia. Y dejando a un lado los patriotismos, banderas y nacionalismos, más allá de luchar por un Rey, una Religión o un País, ese día los madrileños lucharon unos junto a otros (como después lo harían todos los españoles) por su propia libertad. Como Daoíz, como Velarde, como el teniente Ruiz y como tantos otros héroes anónimos de aquella jornada.

Post redactado por Álvaro Llorente para Espacio Madrid.
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